viernes, 1 de mayo de 2015

Resumen de "El jardín de los autómatas", de Armando Boix

SEGUNDA ENTREGA DE LA FAMOSA HEPTALOGÍA DE ARMANDO BOIX Y JOAN MANEL GISBERT

En “El jardín de los autómatas”, Armando Boix continúa la acción unas horas después del final de “El misterio de la mujer autómata”, novela en la que Joan Manel Gisbert narra la historia del ingenioso Helvetius y sus tribulaciones, dentro de la heptalogía “Cantos de Cobre y Platino”, escrita a cuatro manos por los dos autores catalanes.

“El Jardín de los Autómatas” es una novela policíaca que, como tantas obras del género, se adentra en el terreno de la novela social, explotando los recursos estilísticos y los escenarios de la novela naturalista del siglo XIX y, en un espectacular rizado del tirabuzón, el 'scientific romance' de autores de aquel periodo como H. G. Wells o Villiers De L'Isle-Adam. A pesar de ello, no se puede encuadrar en el subgénero 'steampunk', tan popular en los últimos años entre los lectores de fantasía y ciencia ficción. Se podría definir, en cambio, como una novela realista con robots.

Mateo Giner es un huérfano fugitivo, miembro de un 'racket' de jóvenes apandadores que, a pesar de su corta edad, hacen gala de una malicia inusitada; al no poder robar a los ricos y poderosos, dirigen sus esfuerzos criminales a las capas más desfavorecidas de la sociedad barcelonesa: amparándose en la oscuridad de la noche, roban vilmente a una vasta variedad de víctimas: viejas desvalidas, virginales jovencitas, desvencijados veteranos de guerra, artistas de variedades, vendedores de viandas, viudas, viciosas vencidas por males venéreos, vagos y vagabundos borrachos de vino o bebedores desvanecidos en las barras de bares y tabernas, virtuosos vicarios y bellas bailarinas de vodevil, etcétera, sin mostrar jamás la más mínima compasión. Tienen en su poder a varios acuarelistas y poetas, especialmente débiles y pusilánimes, a quienes extorsionan con servicios de “protección” a cambio de viñetas y coplillas humorísticas, que luego publican bajo el seudónimo “Pillerías” en el semanario “Cu-Curru-Cut!”, cobrándolas a precio de oro.

Una mañana de invierno, un anticiclón situado sobre Francia, una presión atmosférica inusualmente alta y la gran polución ambiental de la Cataluña de la época, alimentada por el constante consumo de leña y carbón, se alían para cubrir Barcelona de una espesa y sofocante neblina. Aprovechando las circunstancias, el joven Mateo abandona su costumbre de robar carteras y atracar a viejecitas con nocturnidad para dar un gran golpe durante el día, gracias a un ingenioso plan que, con la ayuda de sus compañeros de fechorías, le permitirá saquear varias joyerías de la capital catalana.

Aunque sus maquinaciones tienen éxito y la mayoría de robos se realizan a la perfección, el propio Mateo es capturado en una importante casa relojera del barrio gótico gracias a la astucia del señor Bellver, propietario de la empresa y genio de la ingeniería, que tenía prevista una estratagema por si se daba un caso semejante. El señor Bellver, impresionado por la inteligencia del muchacho y por su falta de escrúpulos, ve en él al futuro superhombre anunciado por el sabio germano Friedrich Nietzsche, cuya filosofía de la vida lo tiene fascinado, y decide acogerlo en su casa. Para lograr la colaboración de Mateo, le ofrece un trato: a cambio de su libertad y de una vida de privilegio, deberá rescatar el botín sustraído por sus compañeros y denunciarlos a la policía. Mateo ve la luz al final del túnel y accede a colaborar con la justicia sin dudarlo, a condición de que liberen también a su lugarteniente, un ladino perillán llamado Víctor Cagonrós.

Así, Mateo y Víctor se libran de la cárcel, de la miseria y del destructivo ciclo de pecado y expiación que afecta a la chusma de los barrios bajos barceloneses. Bajo la tutela del señor Bellver, Mateo recibe una esmerada educación y se pone en contacto con la 'elite' de la ciudad, a la que pronto se mete en el bolsillo con su ingenio y don de gentes. Mientras tanto, Víctor, sin saber que debe su salvación a su ex-cabecilla, ha sido puesto bajo la custodia del comisario Valverde, que lo educa en la ciencia forense y en las artes de la investigación policial, y lo envía a París para que acabe sus estudios de criminalística.

Los años transcurren plácidamente mientras Mateo y Víctor se convierten en adultos y el señor Bellver va abandonando sus ideales vitalistas y convirtiéndose en un humanista moderado. Mateo encandila a la alta sociedad con las creaciones de su oficio, heredado de su mentor: sofisticados relojes, máquinas e invenciones de todo tipo, mientras que Víctor se ha convertido en un gran detective, formado en París por antiguos agentes de la Oficina de Informaciones.

Víctor, que desconoce lo que Mateo hizo por él, le guarda rencor por haber denunciado a sus antiguos compañeros de correrías, con el agravante de que algunos le echaron la culpa a él. Sin embargo, es un agente eficaz y riguroso, amante de la ley, que cumple y hace cumplir de manera inflexible. Aunque en general son aceptados en los círculos del poder social y económico barcelonés, ambos tienen que aguantar de vez en cuando burlas o vejaciones por su humilde origen. El más recalcitrante en su desprecio por los dos jóvenes es un aristócrata de origen austriaco llamado Shrade, un hombre pérfido pero de aguda inteligencia y miembro del Real Instituto Industrial, famoso en los círculos científicos por sus teorías sobre automatismo. Shrade, que siempre viste de etiqueta y jamás se quita el pañuelo y los guantes, de inmaculada blancura, aborrece a Mateo especialmente. Mateo no tarda en conocer el motivo de esta inquina, que no es otro que el rencor que Shrade profesa hacia su mentor, el señor Bellver, por razones que el joven relojero desconoce pero no tardará en averiguar.

Un día, examinando la biblioteca de su maestro, Mateo encuentra un grueso volumen encuadernado que contiene un arcano tratado de micromecánica, de mítica importancia, que se creía perdido para siempre. Se trata de una traducción manuscrita, en catalán, de la obra del famoso constructor de autómatas Hans Helvetius, “Magisterium Artis Sive Scientiae Automatis”, escrita en 1825. En los más reservados y selectos clubes de Europa, los científicos hablan de este códice con la máxima cautela, en desconfiados susurros, temiendo poner en riesgo el propio prestigio con su sola mención. Se rumorea que contenía las claves para crear vida a partir de materiales inanimados, pero también se cuenta que el propio Helvetius, preocupado por los aspectos morales de su trabajo, destruyó el manuscrito prendiéndole fuego en su chimenea, poco antes de morir, llevándose sus secretos a la tumba.

Asombrado, Mateo comprueba que la traducción se debe al mismísimo señor Bellver. Este había cometido el descuido de olvidarlo en su sala de lectura, mezclado con otros libros, tras hacer una consulta. Al descubrirlo en manos de Mateo, alarmado, lo guarda inmediatamente en una inexpugnable caja fuerte de diseño propio, donde esconde sus bienes más preciados, incluso más que las gemas y metales preciosos que utiliza para crear sus exquisitas obras de relojería: sus diarios científicos y algunos tratados de valor incalculable, como el de Helvetius. También guarda en ella la llave de una segunda cámara acorazada situada en una habitación fortificada construida bajo el jardín de la casa, donde guarda algunos artefactos de gran importancia científica, entre ellos un sofisticado autómata femenino que el propio Helvetius construyó en los últimos años de su vida.

Mateo recibe de su mentor una seria advertencia: Nunca debe hablar con nadie de ese libro ni de su contenido. Mateo insiste en saber más, así que el señor Bellver, tras meditarlo largamente, decide explicarle las razones de su alarma. El tratado de Helvetius es todo lo que se rumorea y más. Se trata de la más arcana obra de uno de los mayores genios de la historia. Contiene las recetas, cálculos y procedimientos para poder imitar la vida mediante mecanismos de enorme precisión y complejidad. Todo tipo de vida. El autómata de Helvetius que guarda en la cámara secreta del jardín, junto con algunos más construidos con anterioridad, es el primer fruto maduro de sus inventivas técnicas para imitar el funcionamiento de un cerebro humano. De caer en malas manos, podría provocar un desastre de imprevisibles consecuencias.

El señor Bellver explica a Mateo que tiene desde hace décadas un rival científico, el famoso ingeniero Shrade, que no se detendría ante nada para conseguir averiguar los secretos del cerebro electromecánico de Helvetius. En sus años mozos, ambos habían estudiado en el mismísimo taller de Hans Helvetius en Suiza, adonde este se había retirado tras desenmascarar a un malhechor que, unos años antes, en París, había intentado aprovecharse de su arte con fines deshonestos. Temeroso de que sus técnicas cayeran en malas manos, se había retirado a meditar a un balneario de las montañas, el Sanatorio Internacional Berghof, donde volcó sus conocimientos en un gran tratado (el “Magisterium Artis Sive Scientiae Automatis”) con la esperanza de poder entregárselo algún día a una persona honrada y talentosa como él, que pudiera continuar su labor en beneficio de la humanidad. Desgraciadamente, cuando notó que su tiempo se acababa, tuvo que conformarse con Bellver, que entonces era un competente técnico, con un gran potencial, pero quizá un poco inmaduro para asumir tamaña responsabilidad.

Al ser elegido como sucesor, Bellver despertó la envidia de su compañero Shrade, que primero intentó convencerlo de que compartiera los secretos del maestro Helvetius, luego intentó sobornarle con una enorme suma de dinero para que le vendiera el manuscrito y, finalmente, llegó a intentar robarlo, sin éxito, ya que a Bellver le había dado tiempo de aplicar sus nuevos conocimientos a la fabricación de una caja fuerte inexpugnable, la misma que todavía tiene en su negocio de Barcelona. Para quitárselo de encima, Bellver urdió una estratagema: en secreto, tradujo el códice al catalán, guardando su versión bajo llave, y se citó con Shrade en el estudio de éste para negociar la entrega del original, con la excusa de que no podía soportar una carga tan grande sobre sus hombros. Una vez reunidos, Bellver le mostró el manuscrito de Helvetius y Shrade, ansioso, se abalanzó sobre él. Sin embargo, Bellver lo arrojó a las llamas que chisporroteaban en la chimenea del estudio, donde ardió rápidamente gracias a que había espolvoreado sus páginas con un agente comburente. Shrade se precipitó a la chimenea para tratar de salvar el libro, pero sólo consiguió quemarse las manos. Horrorizado ante el cariz violento que había tomado el asunto, por no hablar del olor a carne humana recién asada, Bellver huyó de Suiza, con la herencia recibida de Helvetius, y regresó a Barcelona para hacerse cargo del negocio familiar.

Mateo escucha la historia, asombrado, y pide a su maestro que le muestre la sala subterránea del jardín, a lo que Bellver accede.

En este momento se ve que el autor empieza a aburrirse de su propia historia y no sabe muy bien cómo seguir. Pero enseguida se acuerda de una subtrama que tenía preparada por si le pasaba algo semejante y la novela continúa.

Lo que ignoran tanto Mateo como el señor Bellver es que, mientras tanto, Víctor los ha estado vigilando y espiando; engañado por Shrade, que utilizó su influencia política para hacerse con sus servicios y ha conseguido manipularle para que haga su voluntad, le hace el trabajo sucio creyendo actuar en beneficio de la justicia. Sin embargo, el aristócrata no contaba con la extrema eficacia del detective ni con su férrea disciplina ética. Es tanta su habilidad para investigar que, tirando de diversos hilos y atando cabos, se entera de toda la historia con detalle.

La novela se interrumpe en un brusco “cliffhanger” cuando Víctor Cagonrós procede a la detención de Bellver por conspiración para cometer un fraude de patentes y Mateo logra escapar en el último momento con el manuscrito de Helvetius en un morral, a lomos de una mula, perseguido por unos mercenarios asesinos contratados por el malvado Shrade. La acción de “El jardín de los autómatas” continúa, dejándole el marrón al pobre Joan Manel Gisbert, en las novelas “Hija de Helvetius”, “¿Pían sardanas los ruiseñores mecánicos?”, “La reconstrucción de Dora H.”, “El algoritmo de Lucifer” y “El planeta de los autómatas”.

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